No suelo escribir reseñas y, aunque lo parezca, esta entrada no va a ser la excepción. La veo más bien como una recomendación, sin spoilers.
Hace tiempo que disfruto de una suscripción de Kindle Unlimited, el Netflix de libros de Amazon que puedes probar de forma gratuita durante un mes. El catálogo es amplio, pero cuando se trata de ciencia ficción española, la triste verdad es que la oferta es escasa. He leído algunas traducciones de escritores anglosajones que no recomendaré porque, por desgracia, son ediciones que no están a la altura de los originales.
En medio de este panorama, me encuentro con la primera novela publicada de David Olier, Mariposas de acero.
De vuelta de unas pequeñas vacaciones —un fin de semana extendido de cuatro días, versión del director y contenido extra—, he recordado algunas cosas que están por venir y no comenté en la entrada anterior.
«Antología» de relatos de humor.
Mi intención es hacer lo mismo que con los relatos de ciencia ficción, publicar en Amazon un recopilatorio revisado y mejorado. La idea sería ponerlo a la venta después de aquel, pero quiero seleccionar los relatos al mismo tiempo que los de ciencia ficción y así saber cuales me quedan disponibles para los siguientes puntos:
Lektu
La idea aquí sería publicar los relatos que no estén en las dos colecciones de ciencia ficción y humor que publique en Amazon, pero que considere que merezcan la pena. Creo que hay unos cuantos que no encajan en ninguno de los dos géneros.
El objetivo es que me lean y se interesen por el resto de mis obras, así que debo cuidar la manera de incluir enlaces en cada relato.
Audiorrelatos
Siguiendo con la turra, y como me quedan bastantes relatos que no he narrado aún, aprovecharé para subirlos a iVoox y meter alguna cuñita de de mi libro.
¿Cómo? ¡¿QUE NO ME HAS ESCUCHADO?! Bueno, relax. Más se perdió en la Puerta de Tannhäuser. Pero anda, ve y disfruta de los relatos narrados en mi canal de iVoox. También los puedes encontrar en Google, Spotify o iTunes.
Recuerda añadir a favoritos y compartir si te gustan lo que oyes.
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Bueno, vamos a llevarnos bien porque si no van a haber hondonadas de hostias aquí, ¿eh?
Pazos (Manuel Manquiña), Airbag (1997).
Esto es algo que no tiene absolutamente nada que ver con el tema de hoy, pero es mi blog y, como diría el sabio, vamos a llevarnos bien.
Se avecinan un montón de cambios en el blog y fuera de él. El disparador, el catalista, el desencadenante de todo esto no solo tiene nombre y apellidos (los míos) sino que también tiene un título (Su Ilustrísima el Magnífico Señor Don Primer aviso), una portada a la altura de su diseñador (el mismo), unas 200 páginas y versiones en eBook y en papel con tapa blanda.
Me daba vergüenza escribir este post. Pero no por lo que estáis pensando. Los que me conocen de cerca saben que, especialmente en persona, suelo dar mis opiniones con una determinación que roza la convicción absoluta.
A algunos esto les incomoda cuando tienen su opinión formada sobre el tema en cuestión, cosa habitual en los tiempos que corren en los que todo el mundo tiene esa opinión formada (o inducida) sobre cualquier cosa. Cualquiera. Ya sea sobre la conveniencia de recoger y cuidar los polluelos silvestres que se caigan de su nido o sobre la influencia de la escasez de Helio en la geopolítica internacional, parece que todo el mundo está obligado a tener una opinión sobre cualquier tema.
Hoy es miércoles, y sin embargo no veréis aquí un nuevo relato corto. El miércoles pasado concluí el reto Ray Bradbury, que consiste en escribir un cuento cada semana durante un año, para un total de 52 historias. El prolífico autor de Crónicas Marcianas y Farenheit 451 consideraba que «es totalmente imposible escribir 52 malas historias seguidas«.
No sé como explicarte esto, pero voy a intentarlo. Debería funcionar si hago uso de sus habilidades; al fin y al cabo estoy atrapado en la mente y en el cuerpo de alguien que pretende ser escritor, aunque noto que le oprime la duda y no confía en sus capacidades ni en la escasa experiencia que ha adquirido durante este último año. En cualquier caso, son las herramientas que tengo y no tiene sentido lamentarse por ello. Puede que sean útiles. Con un poco de suerte, quizás en el próximo salto recuerde algo más y empiece a tirar del hilo.
Salto. Me gusta la palabra. Sí, no está mal esto de haber caído en un escritor, aunque sea novel y poco reconocido, casi anónimo. Si consigo que este relato llegue a tener una difusión considerable, mis probabilidades de que lo leas desde la próxima envoltura no serán tan escasas como las que hoy tengo de encontrar mi pasado.
—Todos los sistemas en verde, Cheyenne. Preparados para la cuenta atrás —informa Vincent Cohen a través del comunicador de su traje. —Cuenta atrás comenzando. 15 minutos para inicio del proceso de apertura manual.
La humanidad al completo está pegada a sus pantallas, siguiendo la retransmisión en directo desde la cara oculta de la luna. La guerra civil que asola el planeta continuará después, si es que existe ese después. Dos mil millones de personas presencian como los Aperturistas acarician su objetivo. Los Precavidos no se dan por vencidos, pero su ataque a las instalaciones del Monte Cheyenne resulta tan desesperado como inútil. Los tres selenautas podrán llevar a cabo su misión aunque destruyan todas y cada una de las dependencias militares terrestres, y ya es tarde para una ofensiva directa a la luna. Los Aperturistas saldrán victoriosos de la guerra de la misma forma en que ganaron las recientes elecciones mundiales: contra todo pronóstico y ante la sorpresa e indignación de los Precavidos.
Sentada en el borde de su fuente y arropada por la exuberante hierba del campanario, Aganipe recitaba de memoria una fábula de Esopo ante los ojos atentos de sus pequeños alumnos, sentados en corro sobre el suelo del patio interior. Acostumbraba a terminar las clases de este modo; los niños disfrutaban intentando adivinar la moraleja y a ella le llenaban de vida sus ocurrencias, que unas veces le decían mucho de la personalidad que estaban formando, y otras tantas le hacían reflexionar sobre la mentalidad y el comportamiento de los adultos, de la sociedad, y de ella misma.
—Miró, saltó y anduvo en probaduras; pero vio el imposible ya de fijo. Entonces fue cuando la zorra dijo: «¡No las quiero comer! ¡No están maduras!»
—Tengo razón, y lo sabes. —Sí, lo sé, lo sé. —Entonces deberías apoyarme y firmar la convocatoria de huelga. —Eso es lo que no entiendes. Por mucho que nuestra situación sea injusta, mi firma no vale para nada. Ni la tuya tampoco. —¿Cómo que no? Nos jugamos la vida sin descanso cada día; debe quedar constancia de que no vamos a soportar más este trato degradante, vejatorio y hasta diría que criminal. —Es que sí lo vamos a soportar. No te enteras, es la ley, tenemos que hacer estos trabajos. —No nos pueden obligar, Criso. Las leyes deben servir a las personas, y no al revés. —¿Pero tú te estás escuchando? Claro que nos pueden obligar. Seguiremos recogiendo los residuos de la central hasta que no quede ni rastro de radiación, y luego ya veremos. Y deja de llamarme así, ciento treinta y siete. —Pues yo me niego a seguir trabajando para ellos. Y si no me dices un nombre, te seguiré llamando Criso. Asignarnos números en lugar de nombres es otra de sus técnicas para alienarnos y evitar que seamos conscientes del poder que tenemos. —¿Y que poder es ese, si puede saberse? —El poder de negarnos. Mira, es tan sencillo como esto.
«Te voy a marcar un golazo. ¡Ay! Eso no vale, me he resbalado. Espera, que te vas a enterar, papá. Te la voy a colar por toda la escuadra. Carrerilla y… ¡toma! Ja, ja, ahora tienes que ir a por ella. ¿Cómo que alta? No ha sido alta, ha sido por toda la escuadra. Mamá tiene razón, papá es tonto. Bueno, sabe un montón de cosas, pero no como Santiago, que tiene un montón de libros en casa. Pero su habitación huele fatal. A humo y a viejo. Y papá huele bien, y es mucho más fuerte y más bueno que Santiago. Así que si es un poco tonto tampoco pasa nada. Cuando sea mayor y tenga un móvil buscaré lo que significa lo otro que mamá dijo que era papá. Pero sin que ella se entere, que todavía me acuerdo del guantazo que me dio cuando le pregunté. Y me entra pipí. Tiene que ser una palabrota mala. ‘Putero’. Tengo pipí. Es como el que vende fruta, el frutero. Será un trabajo. Pipí. Pero tiene que ser un trabajo muy malo. Pipí, pipí. Me da igual lo que diga mamá, Santiago huele mal. Y si papá es tonto mejor para mí, así le puedo ganar hoy al escondite. Pipí, pipí, pipííí».