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Coronavirus: cómo ha cambiado nuestras vidas

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Tras los primeros días de incertidumbre desde que el gobierno decretara el estado de alarma, la mayoría de los ciudadanos se ha adaptado a esta nueva y curiosa forma de convivencia con responsabilidad y valentía. Hoy repasamos cómo les ha cambiado la vida a algunos de los protagonistas anónimos de esta crisis y responderemos a sus dudas sobre la pandemia con la ayuda del doctor en virología Javier De la Calle.

En Madrid, el parque de El Retiro es, hoy por hoy, uno de los lugares más concurridos del país. Alfredo fue de los numerosos vecinos agraciados en el sorteo de parcelas, así que, por suerte, su familia no ha tenido que alejarse demasiado de su vivienda. No suele pasar mucho tiempo con ellos en su nuevo hogar por motivos de trabajo, así que no ha sido fácil conseguir reunirles a todos en el parque para este artículo: Alfredo es soldador, y en sus profundas ojeras se evidencia la falta de sueño.

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Cuarentón, padre y zapatero

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En realidad no debería preocuparse tanto por abrir la zapatería a su hora. Casi nunca aparecía nadie tan temprano, y cuando llegaban a esas horas no solían ser clientes. Comerciales de seguros insistiendo en el daño que le haría un incendio y lo bajas que eran las cuotas que ofrecían; agentes inmobiliarios que entraban directamente señalando las grietas en la pared o las humedades del techo, para luego hacerle una oferta por el local como el que le hace un favor; practicantes de alguna religión que venían a mostrarle la infinita bondad de su dios pero no la infinita capacidad de su bolsillo; o el enésimo activista del enésimo grupúsculo minoritario que quería pegar un cartel en la puerta para visibilizar el calvario por el que estaban pasando los suyos por ser diferentes. Si Ramiro les contara.

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Abandono en el gallinero

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Reveloca estaba harta de tanto cacareo y tanta pluma revoloteando en el aire. La pelea de gallos había terminado, pero la nube de pelusa seguía flotando en el ambiente. Como cada mañana desde la semana pasada, miró hacia arriba camino a su ponedero. En la eterna oscuridad atravesada por estrechos haces de luz que se escurrían entre los tablones, hoy ni siquiera se veía la intrincada madeja de tubos que cubría las paredes y el techo del gallinero. El hedor a heces y madera podrida ya era difícil de apreciar debido a la costumbre, pero es que hoy era sencillamente indistinguible bajo el marcado olor a plumón de las pollas.

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La avispa

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A Alfredo se le notaba en los tics corporales que estaba contando las horas para irse de aquel camping. Miraba el reloj, sacaba el móvil del bolsillo y se rascaba la nariz compulsivamente. Especialmente cuando su mujer le pedía algo. Alfredo, busca a los niños que ya es la hora de comer. Alfredo, friega la sartén que voy a preparar salchichas para los niños, te dije que fregaras anoche y todavía están los cacharros aquí. Alfredo, antes de irte tienes que recolocar el toldo, que da el sol en toda esta parte de aquí. Alfredo, Alfredo, Alfredo. La voz de su mujer le rechinaba en su cabeza con sus hijos coreando de fondo “papá, papá, papá”.

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