EtiquetaDistopía

Síndrome del impostor

S

No sé como explicarte esto, pero voy a intentarlo. Debería funcionar si hago uso de sus habilidades; al fin y al cabo estoy atrapado en la mente y en el cuerpo de alguien que pretende ser escritor, aunque noto que le oprime la duda y no confía en sus capacidades ni en la escasa experiencia que ha adquirido durante este último año. En cualquier caso, son las herramientas que tengo y no tiene sentido lamentarse por ello. Puede que sean útiles. Con un poco de suerte, quizás en el próximo salto recuerde algo más y empiece a tirar del hilo.

Salto. Me gusta la palabra. Sí, no está mal esto de haber caído en un escritor, aunque sea novel y poco reconocido, casi anónimo. Si consigo que este relato llegue a tener una difusión considerable, mis probabilidades de que lo leas desde la próxima envoltura no serán tan escasas como las que hoy tengo de encontrar mi pasado.

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Rebelión en la planta

R

—Tengo razón, y lo sabes.
—Sí, lo sé, lo sé.
—Entonces deberías apoyarme y firmar la convocatoria de huelga.
—Eso es lo que no entiendes. Por mucho que nuestra situación sea injusta, mi firma no vale para nada. Ni la tuya tampoco.
—¿Cómo que no? Nos jugamos la vida sin descanso cada día; debe quedar constancia de que no vamos a soportar más este trato degradante, vejatorio y hasta diría que criminal.
—Es que sí lo vamos a soportar. No te enteras, es la ley, tenemos que hacer estos trabajos.
—No nos pueden obligar, Criso. Las leyes deben servir a las personas, y no al revés.
—¿Pero tú te estás escuchando? Claro que nos pueden obligar. Seguiremos recogiendo los residuos de la central hasta que no quede ni rastro de radiación, y luego ya veremos. Y deja de llamarme así, ciento treinta y siete.
—Pues yo me niego a seguir trabajando para ellos. Y si no me dices un nombre, te seguiré llamando Criso. Asignarnos números en lugar de nombres es otra de sus técnicas para alienarnos y evitar que seamos conscientes del poder que tenemos.
—¿Y que poder es ese, si puede saberse?
—El poder de negarnos. Mira, es tan sencillo como esto.

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Día de rebusco

D

Hank y Cloe tenían ojo para encontrar diamantes en bruto entre los desechados. Si no diamantes, al menos alguna que otra perla. No en vano llevaban cinco años sin que les desterraran, gracias al sobresueldo que conseguían cada mes vendiendo los mutantes que pescaban. Todo un logro. Pagaban a duras penas el alquiler de su reducido cubículo en el interior de la cúpula. Ni por asomo les daba para vivir en la superficie, y si dejaban de pagar una de las desorbitadas cuotas de arrendamiento, serían expulsados al extrarradio con los despojos.

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Cuarentón, padre y zapatero

C

En realidad no debería preocuparse tanto por abrir la zapatería a su hora. Casi nunca aparecía nadie tan temprano, y cuando llegaban a esas horas no solían ser clientes. Comerciales de seguros insistiendo en el daño que le haría un incendio y lo bajas que eran las cuotas que ofrecían; agentes inmobiliarios que entraban directamente señalando las grietas en la pared o las humedades del techo, para luego hacerle una oferta por el local como el que le hace un favor; practicantes de alguna religión que venían a mostrarle la infinita bondad de su dios pero no la infinita capacidad de su bolsillo; o el enésimo activista del enésimo grupúsculo minoritario que quería pegar un cartel en la puerta para visibilizar el calvario por el que estaban pasando los suyos por ser diferentes. Si Ramiro les contara.

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Abandono en el gallinero

A

Reveloca estaba harta de tanto cacareo y tanta pluma revoloteando en el aire. La pelea de gallos había terminado, pero la nube de pelusa seguía flotando en el ambiente. Como cada mañana desde la semana pasada, miró hacia arriba camino a su ponedero. En la eterna oscuridad atravesada por estrechos haces de luz que se escurrían entre los tablones, hoy ni siquiera se veía la intrincada madeja de tubos que cubría las paredes y el techo del gallinero. El hedor a heces y madera podrida ya era difícil de apreciar debido a la costumbre, pero es que hoy era sencillamente indistinguible bajo el marcado olor a plumón de las pollas.

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Locos con botones rojos

L

“Buenas noches, mis conciudadanos.
Este gobierno, como prometió, ha mantenido la más estrecha vigilancia sobre la proliferación de individuos en posesión de impresoras biológicas y los archivos de instrucciones correspondientes, potencialmente capaces de representar una amenaza para la seguridad global.

En la última semana se ha demostrado de manera inequívoca que una serie de individuos en localizaciones alrededor del globo se están preparando para obtener dicha capacidad. El propósito de estos no puede ser otro que el de proporcionar la posibilidad de la destrucción total de la vida sobre la faz de la Tierra.”

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Lentesoja gris

L

Vilfredo Nash se reclinó en la silla de su austero despacho observando los indicadores de la pantalla de su ordenador. Le ofrecían datos en tiempo real sobre el estado anímico de todos los ciudadanos. Tras años de trabajo, la curva que formaban era ahora prácticamente estable. Cualquier cambio que hiciera en adelante, perjudicaría a algún individuo o sector de la población de forma tal que reduciría el nivel de felicidad global.

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