Sentada en el borde de su fuente y arropada por la exuberante hierba del campanario, Aganipe recitaba de memoria una fábula de Esopo ante los ojos atentos de sus pequeños alumnos, sentados en corro sobre el suelo del patio interior. Acostumbraba a terminar las clases de este modo; los niños disfrutaban intentando adivinar la moraleja y a ella le llenaban de vida sus ocurrencias, que unas veces le decían mucho de la personalidad que estaban formando, y otras tantas le hacían reflexionar sobre la mentalidad y el comportamiento de los adultos, de la sociedad, y de ella misma.
—Miró, saltó y anduvo en probaduras;
pero vio el imposible ya de fijo.
Entonces fue cuando la zorra dijo:
«¡No las quiero comer! ¡No están maduras!»