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Monigotes

M
Facepalm de Murillo. A Velázquez le da un infarto.

Si seguís el canal de youtube, habréis visto que el video del relato del último miércoles, Mírame, tiene monigotes y algo de animación. Si no lo habéis visto aún, pasaos por allí, suscribíos y dadle a like a todo lo que se menea. Os lo pido como un favor personal, no me hagáis ir a vuestra casa a dejaros una sangrante cabeza de caballo en la cama.

Ahora que estáis de vuelta aquí después de ver el vídeo, suscribiros, darle a la campanita y a like a cascoporro, habréis podido ver que mis dotes artísticas son dignas de Miguel Ángel. No el pintor renacentista; Miguel Ángel el hijo de la vecina, que ya tiene 3 añazos y es mi profesor particular de artes plásticas.

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Unos minutos de quietud

U

Esa señora tan amable del pueblo nos ha dado unas indicaciones bastante precisas del camino, pero como siempre, después de un “subes una cuesta” y un “coges un camino de tierra a la derecha”, ya nos hemos hecho un lío. Hay unos tres caminos de tierra a la derecha, y no estamos seguros de si lo que acabamos de subir cuenta como una cuesta para esa señora, que aunque tendrá la edad de nosotros dos juntos si las sumamos, no se despeinaría si anduviera el trecho que llevamos desde el pueblo ni cargando con Nuria al hombro. O conmigo. O con los dos a la vez; nos la hemos cruzado a la salida del pueblo con dos garrafas enormes de un aceite blancuzco, y mientras nos ha explicado cómo ir a las pozas, nos ha señalado con la mano la dirección, sin soltarlas en el suelo ni un momento.

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Impostora

I

La ventisca se le clavaba en sus entrecerrados ojos como puñales de hielo, y no le dejaba ver más de unos pasos por delante. Los pies se le hundían en la nieve fresca hasta la pantorrilla, y el peso del improvisado trineo sobre el que arrastraba el venado que cazó por la mañana le hacía usar todo su cuerpo, todas sus fuerzas.

Al menos, pensó, así se mantendría caliente hasta llegar al campamento. No estaba loca, se había pertrechado bien; no tenía intención de acabar como Ocho Dedos. Por mucho que le dijeran, lo que le faltaba a la tribu era alimento y hombres con agallas. Si fueran ellos los que tuvieran que amamantar a los niños, no habrían puesto tantas excusas para no salir de caza.

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Sobreajusticiado

S

A toro pasado era fácil verlo. No le había hecho mucho caso porque no me gusta el fútbol, pero por ahí empezaron; sólo era cuestión de tiempo que aquello llegara al sistema judicial. Al fin y al cabo, ¿qué es un juez, sino un árbitro en el solemne juego de la justicia? El VAR, el árbitro asistente de vídeo, fue la punta de lanza.

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Casi

C

Tac, tac, tac. Mi maestro golpeaba el suelo con el pie cada vez más rápido y yo pensaba cada vez más lento. Las gotas de mi propio sudor emborronaban los hechizos de mi pequeño grimorio. Ya se alzaba el Castigador desde la empuñadura de su bastón. Tenía que darme prisa.

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Lentesoja gris

L

Vilfredo Nash se reclinó en la silla de su austero despacho observando los indicadores de la pantalla de su ordenador. Le ofrecían datos en tiempo real sobre el estado anímico de todos los ciudadanos. Tras años de trabajo, la curva que formaban era ahora prácticamente estable. Cualquier cambio que hiciera en adelante, perjudicaría a algún individuo o sector de la población de forma tal que reduciría el nivel de felicidad global.

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¡Ya vienen!

¡

Baris Greenhouse estaba agachado en la acera de Keizersgracht, una de esas encantadoras calles de Amsterdam junto a un canal fluvial, recogiendo las caquitas de su pequeño perrito.

Le parecía fascinante lo que había avanzado la ingeniería genética. Las bolitas de caca estaban recubiertas de una capa plástica con olor a lavanda que habían sintetizado las tripitas del pequeño Jamsie. Le dio una pequeña arcada solo de pensar lo que tenían que hacer antiguamente los ciudadanos que querían tener perro. Los cívicos, claro, los ciudadanos incívicos seguramente mirarían a otro lado y dejarían ahí esa cosa asquerosa, como la señora van Dijck cuando el carrito de su bebé empezaba a oler mal. Pero antes los carritos no tenían limpiador automático. ¡Qué asco! ¡Hay que ver cuánto hemos avanzado! Baris tenía una mente privilegiada; donde otro cualquiera estaría pensando en dónde estaba la papelera más cercana, él, a pesar de vivir en una ciudad prácticamente llana, estaba ahí agachado preguntándose si no sería un problema la forma esférica de las bolsitas de caca en otros lugares.

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El relato que quieres creer

E

—Me parece muy peligroso esperar tanto para el segundo golpe.
—No puede ser de otra manera. Es crucial que pase de paciente a agente, de sufrir las acciones de los demás, a ser la fuente de dichas acciones.
—Pero es muy arriesgado.
—Sé que se le hará eterno, pero no tardaremos tanto en dar el segundo golpe. Mire, sólo el primer acto es simultáneo a nivel internacional, después cada nación es libre de actuar cuando más le convenga. Tengo información de que otras agencias van a desarrollar incluso tres actos. La mayoría darán el segundo golpe después del nuestro. Nosotros no lo usaremos más veces después del segundo. Otros actores lo harán tantas veces que perderá efectividad con el tiempo. Llegará un momento en que no se creerán nada hasta que no lo confirmen los propios sujetos. Pero hasta entonces todavía habrá tiempo. Nuestro segundo golpe será de los primeros. Funcionará. Sólo hay que contar el relato que quieren creer. Lo demás no importa. Créame, sé lo que hago, ¿le he fallado alguna vez?
—No. Sólo espero que tenga razón, como siempre hasta ahora. Tiene mi aprobación.
—No le defraudaré.

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