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Relatos cortos

Tranvía segador

T

Todos contienen el aliento en la sala de control. Otra vez. Este es otro de los momentos cruciales en la segunda misión de la Planetship, la mayor nave espacial reutilizable en funcionamiento. Por todo el mundo, millones de personas llevan un buen rato siguiendo la retransmisión. Todo ha ido funcionando con la precisión de un reloj suizo. La primera fase ha sido recuperada, la extensa carga ha sido puesta en órbita. En breve, si todo sale bien, los brazos robóticos de la Planetship introducirán en su bodega el telescopio espacial Hubble, y podrá viajar de vuelta a la Tierra para ser expuesto en el Smithsonian.

—Diez segundos para poda —avisa una voz femenina en la retransmisión en directo.

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Tractatui mensam

T

Prudencio estaba esperando a que el semáforo se pusiera en verde para cruzar el paso de peatones a una distancia prudencial, valga la redundancia, de la calzada, cuando le adelantó un chaval con unos auriculares como dos medios cocos. Cocos de un tamaño que quizá una gaviota americana, o una armenia si me apuras, podría haber transportado. Desde luego no una golondrina, ni africana ni europea.

El chaval debía estar leyendo en su móvil algún nuevo tratado filosófico de relevancia trascendental o un hipnótico vídeo de gatitos, porque, absorto en la pantalla, decidió que el tiempo de atención visual que podía dedicarle al semáforo antes de cruzar era de una fracción de segundo. Más no, por favor. Pero démosle el beneficio de la duda; a lo mejor era daltónico, sufría algún tipo extraño de agnosia, y además de haber sido agraciado con esas particularidades, era imbécil.

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Superconductores

S

Vicente no llevaba la cuenta ya de la cantidad de juicios que había ganado defendiendo a superconductores de Edison, pero hoy algo era diferente. En una rolliza versión de sobremesa del pensador, se tapaba la boca con una mano y miraba al infinito. Tenía un modo arrítmico de rasguñarse la barba que ponía de los nervios a cualquiera y ni siquiera le servía para quitarse los suyos propios.


—Letrado, es la tercera vez que le llamo la atención. ¿Se encuentra bien? —preguntaron desde alguna parte arriba a su derecha.
Había acudido a juicios enfermo, muy enfermo, somnoliento e incluso con resaca —siempre por causas de fuerza mayor—, pero nunca había estado tan despistado como aquel día.
—Disculpa Antonio… Eh… Ruego disculpe mi lapsus, Su Señoría.

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