Tractatui mensam

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Prudencio estaba esperando a que el semáforo se pusiera en verde para cruzar el paso de peatones a una distancia prudencial, valga la redundancia, de la calzada, cuando le adelantó un chaval con unos auriculares como dos medios cocos. Cocos de un tamaño que quizá una gaviota americana, o una armenia si me apuras, podría haber transportado. Desde luego no una golondrina, ni africana ni europea.

El chaval debía estar leyendo en su móvil algún nuevo tratado filosófico de relevancia trascendental o un hipnótico vídeo de gatitos, porque, absorto en la pantalla, decidió que el tiempo de atención visual que podía dedicarle al semáforo antes de cruzar era de una fracción de segundo. Más no, por favor. Pero démosle el beneficio de la duda; a lo mejor era daltónico, sufría algún tipo extraño de agnosia, y además de haber sido agraciado con esas particularidades, era imbécil.

La cuestión es que se metió de lleno en la calzada y continuó avanzando a pesar de la advertencia sonora que le hizo el pequeño turismo con cartel de “Se vende” que le acabó rozando el trasero, a pesar del recuerdo que le dejó a su madre el motorista que le esquivó, y a pesar, ay, del agónico grito de dolor de los frenos del autobús mientras convertían, en pleno julio, un millón de julios de energía cinética en calor. Todos miran cuando los frenos suenan, pero nadie entiende su sufrimiento, ni les dedica siquiera unas palabras de ánimo. Ese sí que es un trabajo que quema.

—¡¿Pero qué haces?! ¡¿Estás loco?! —gritó Prudencio cuando recuperó el habla.

Acababa de tener un ataque de ansiedad por el espectáculo que acababa de presenciar. El chaval ya había cruzado, estaba lejos de allí, y evidentemente no le iba a escuchar. De hecho, el semáforo estaba en rojo otra vez y la gente que ahora estaba cerca de Prudencio no sabía a quién le gritaba, así que le miraban raro. Que Prudencio siguiera hablando dirigiéndose al infinito tampoco ayudaba.

—¡Desde luego no pasan más cosas porque Dios no quiere!—dijo Prudencio a la nada.
No te haces una idea de la razón que tienes —contestó la nada, aunque nadie pudiera escucharle.
—Me parece a mí que tenemos mucha suerte. ¡El día que se nos acabe esa suerte verás! ¡Verás! —dijo señalando en dirección al muchacho, y a alguien más.
Eso, eso.
—¡Ojalá se acabara nuestra suerte aunque fuera un solo día! ¡Un solo día! ¡Así aprenderíamos! —sentenció levantando las manos cual profeta.
Espera un momento…

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Lo peor de aquel funesto día no fueron los millones de personas que murieron en accidentes de tráfico.
Lo peor no fueron los cientos de miles de obreros de la construcción, mineros, bomberos, policías, y contables que fallecieron ejerciendo su peligrosa labor.
Ni los miles de niños que murieron atragantados al tragarse lápices de cera.
Ni siquiera el dolor de las madres que lo último que escucharon de sus hijos fue un inocente “¡Mira mamá!”.
Lo peor fue el gritón de leyes disparatadas que se aprobaron en las semanas posteriores.

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Era una mesa sencilla, de madera, cosas de la familia. Dicen que en casa de herrero, cuchillo de palo. Nadie dijo nada sobre las mesas ni los carpinteros. Aunque todo estaba un poco borroso, y su textura algodonosa no ayudaba precisamente a perfilar las formas, el suelo parecía extenderse hasta el horizonte. Un bello y plano horizonte azulado.

Prudencio estaba sentado enfrente de Gabriel. Un poco más lejos, a su derecha, presidía la mesa Morgan Freeman.

—Con todos mis respetos, ¿pueden explicarme quienes son ustedes y qué hago aquí? —preguntó Prudencio, desconcertado.
Pues a la primera pregunta, yo soy el arcángel Gabriel, y ese que está ahí, es Dios —Prudencio miró hacia su derecha, y Morgan Freeman le correspondió inclinando ligeramente la cabeza— y a la segunda, estás aquí como representante de la humanidad para negociar la huelga de ángeles de la guarda.

Prudencio casi tuvo un nuevo ataque de ansiedad. Es decir, quiso tener un ataque de ansiedad, pero no pudo, y ese querer y no poder en otras circunstancias le habría provocado por fin el ataque de ansiedad que quería tener. Pero en el cielo no pasan esas cosas. Así que, un poco contrariado, y extrañamente tranquilo, asintió con la cabeza.

—Así que, ¿esto es una mesa de negociación?
Sí. Fuiste tú quien mejor comprendió la situación y quien me dio la idea de ir un día a la huelga, por eso te trajimos aquí.
—¿Y se supone que Dios es Morgan Freeman?¿O Morgan Freeman es Dios?¿No se suponía que Dios no tenía sexo?
Para el carro, amigo. Aquí el único que tiene sexo eres tú, y podemos arreglarlo en un momentito, y así hacemos la mesa paritaria en todos los sentidos— miró a Dios, pidiendo su aprobación.
Mmm —dijo Dios, y Prudencio se quedó sin sexo.
A Dios no se le puede ver realmente. Lo que ves es tu interpretación. Así que dice más de ti que de Dios.
—Vale, perdón. Entonces, ¿cuál es el problema? A ver si puedo ayudar en algo —dijo mientras se volvía a acomodar en el asiento, con cierta sensación de ausencia.
Pues la negociación está atascada, no queremos ir a la huelga otra vez, pero si hace falta iremos. Los ángeles decidimos hacer un día de huelga para ver si la humanidad rectificaba en su actitud, porque muchos de nosotros han tenido que pedir la baja por estrés de espíritu, con la carga de trabajo que nos dais no nos da tiempo a hacer ni la parada para alimentarnos de la visión de Dios…, y luego está el tema de la conciliación. En fin, que no podemos más. Pero por lo que ya habrás visto, el día de huelga que hicimos no ha servido para nada. Así que esto no puede seguir así. El problema es que, aunque tememos que otra huelga tampoco mejorará las cosas, ahora mismo es nuestra única herramienta.
—Pues no sé, lo único que se me ocurre es hacer como con el carné de conducir. En mi país hay un sistema de puntos que se supone que funciona, supongo que lo conocéis.
Mmm

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Fearless John ya había muerto una vez, pero tenía algo pendiente. Algo que le podría llevar a la gloria, o como poco al millón de suscriptores. La Garganta Infinita era conocida por haberse llevado la vida de muchos jóvenes movidos por la fama, el dinero o el puro placer. En su caso, el puro placer de conseguir fama y dinero. Los vídeos de aquellos que se atrevían a visitarla e intentaban el Salto de Fe eran de los más seguidos en internet. Fearless John lo sabía, así que estaba retransmitiendo en directo a su canal con su cámara personal. Podía llegar a ser el primero en completar un solo integral en la Garganta Infinita, realizando el salto más peligroso en el mundo de la escalada sin ningún tipo de ayuda.

Y si no, pues bueno, todavía le quedaría una vida más.
Estaba a punto de conseguirlo, un par de pinzas más y luego el dinámico que marcaría el antes y el después, el Salto de Fe. Se armó de valor, tragó saliva, y arrancó con decisión. Pinza, pinza y…

—¡Suscríbanseeeeeeee! —gritó mientras saltaba hacia el otro lado.

El tiempo se detuvo.
Gabriel resopló frustrado, tomó ambas manos de Fearless John, las llevó al otro lado del Salto de Fe y se aseguró de que estuviera bien agarrado a la roca.

Ya sabes como va esto John, te queda una —y el tiempo volvió a fluir.
—¡Lo he conseguido!¡Lo he conseguido!¡Chócala!

Fearless John no era tonto integral, era tonto solo. Cuando levantó su mano para intentar chocar los cinco con un ser incorpóreo sabía que podía aguantarse perfectamente con la otra mano. Lo que no sabía era que el agarre estaba deteriorado por unas filtraciones recientes y no aguantaría su peso completo. Desde allí arriba, su silueta se fue haciendo más y más pequeña hasta perderse en la distancia.

Nunca aprenderán.
—Y QUE LO DIGAS.

El sol producía un efecto precioso detrás de aquella túnica negra, como los claros que se proyectan entre las nubes de una tormenta de verano, y ese pequeño pero intenso destello sobre el filo de la guadaña era sencillamente sublime. Si tuviera una cámara y una cuenta, habría causado furor en las redes sociales.

En serio. No sabemos qué hacer ya, vamos a tener que hablar otra vez con Dios.
—DEJA DE LLORIQUEAR. A VER SI AL FINAL SOY YO EL QUE VA A HACERLE LA VISITA AL VIEJO.
Pero tú no puedes hacer huelga, eso sí que sería un caos. Espera un momento, ¿a qué te refieres con “hacerle la visita”?
—YA VEREMOS. DE MOMENTO VOY PARA ABAJO QUE ME ESTÁN ESPERANDO.

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