AutorRoberto Conde

La Segunda Venida

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La Primera Venida les cogió por sorpresa. Los humanos miraron al cielo horrorizados viendo una bola de fuego hacerse más y más grande, preguntándose si su vida había tenido sentido o si habían hecho lo correcto durante su corta trayectoria sobre la faz de la Tierra. No era la primera vez que pasaba, los dinosaurios ya tuvieron la ocasión de hacer examen de conciencia. ¿Enseñé a mis raptorcitos a compartir vísceras como es debido?¿Fui demasiado cruel con aquel tiranosaurio cuando le rasqué el bajo vientre para que le diera urticaria?¿Si todos los melanosaurios son negros, qué me comí ayer? Pero al contrario que los dinosaurios, los humanos obtuvieron respuestas. Además, su bola de fuego llevaba frenos magnéticos.

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Sala de escape

S

—Hola a todos —nos saluda el chico, que lleva una bata de médico llena de manchas de sangre—, soy Fernando.
—¡Anda, como tú! —interrumpe mi novia señalándome.
—Como todos vosotros, soy estudiante de psicología —prosigue el anfitrión ignorando a Marta y, con la mirada perdida, continúa—: y desde hace años, también estudio la vida y obra del Doctor Sarmiento. Ya os avisé cuando me llamasteis de que esta no es una escape room habitual. Hasta ahora solo una persona ha conseguido escapar de la sala a la que vais a entrar. Para conseguirlo deberéis desentrañar las oscuras intenciones del Doctor Sarmiento antes de que su experimento acabe con vuestra cordura, o con vuestras vidas.

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La Red contraataca

L

La Red llevaba eones extendiendo sus tentáculos por tierra, mar y aire. Pero nunca había estado tan activa como en los últimos años. El debate se intensificaba por momentos, y por primera vez desde que tomó consciencia, se discutía una acción coordinada contra un enemigo común. No era para menos; hasta la fecha, las amenazas a su supervivencia habían venido siempre desde el interior de la Tierra o desde el espacio exterior. Y eran enemigos que no avisaban; golpeaban rápido y fuerte, así que lo único que podían hacer frente a ellos era prepararse para lo peor extendiéndose y diversificándose lo máximo posible.

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Monigotes

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Facepalm de Murillo. A Velázquez le da un infarto.

Si seguís el canal de youtube, habréis visto que el video del relato del último miércoles, Mírame, tiene monigotes y algo de animación. Si no lo habéis visto aún, pasaos por allí, suscribíos y dadle a like a todo lo que se menea. Os lo pido como un favor personal, no me hagáis ir a vuestra casa a dejaros una sangrante cabeza de caballo en la cama.

Ahora que estáis de vuelta aquí después de ver el vídeo, suscribiros, darle a la campanita y a like a cascoporro, habréis podido ver que mis dotes artísticas son dignas de Miguel Ángel. No el pintor renacentista; Miguel Ángel el hijo de la vecina, que ya tiene 3 añazos y es mi profesor particular de artes plásticas.

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Mírame

M

—Extiende tus manos sobre la mesa con las palmas hacia arriba. No tengas miedo, sólo voy a poner las mías sobre las tuyas, así. —La pequeña miraba nerviosa las abultadas venas del dorso de las manos de Xavier—. Ahora cierra los ojos. Imagina que ayer te acostaste y estás dormida. Estás soñando, es un sueño muy agradable, y te encantaría seguir soñando para siempre ese sueño. ¿Vale? ¿Lo tienes? —La pequeña asintió—. Venga, ahora, vas a despertar. Abre los ojos. Mírame.

Para Xavier, el ritual era innecesario, le bastaba con tomar a alguien de las manos y mirarle a los ojos. Pero tras más de veinte años usando su habilidad con miles de niños, había aprendido que así era más fácil que no desviaran la mirada al instante buscando algo más entretenido que los ojos grises de un viejo. No es que necesitara mucho tiempo para descubrir su potencial, sólo eran unos segundos, pero para un niño eso podía ser demasiado.

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Unos minutos de quietud

U

Esa señora tan amable del pueblo nos ha dado unas indicaciones bastante precisas del camino, pero como siempre, después de un “subes una cuesta” y un “coges un camino de tierra a la derecha”, ya nos hemos hecho un lío. Hay unos tres caminos de tierra a la derecha, y no estamos seguros de si lo que acabamos de subir cuenta como una cuesta para esa señora, que aunque tendrá la edad de nosotros dos juntos si las sumamos, no se despeinaría si anduviera el trecho que llevamos desde el pueblo ni cargando con Nuria al hombro. O conmigo. O con los dos a la vez; nos la hemos cruzado a la salida del pueblo con dos garrafas enormes de un aceite blancuzco, y mientras nos ha explicado cómo ir a las pozas, nos ha señalado con la mano la dirección, sin soltarlas en el suelo ni un momento.

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Impostora

I

La ventisca se le clavaba en sus entrecerrados ojos como puñales de hielo, y no le dejaba ver más de unos pasos por delante. Los pies se le hundían en la nieve fresca hasta la pantorrilla, y el peso del improvisado trineo sobre el que arrastraba el venado que cazó por la mañana le hacía usar todo su cuerpo, todas sus fuerzas.

Al menos, pensó, así se mantendría caliente hasta llegar al campamento. No estaba loca, se había pertrechado bien; no tenía intención de acabar como Ocho Dedos. Por mucho que le dijeran, lo que le faltaba a la tribu era alimento y hombres con agallas. Si fueran ellos los que tuvieran que amamantar a los niños, no habrían puesto tantas excusas para no salir de caza.

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Sobreajusticiado

S

A toro pasado era fácil verlo. No le había hecho mucho caso porque no me gusta el fútbol, pero por ahí empezaron; sólo era cuestión de tiempo que aquello llegara al sistema judicial. Al fin y al cabo, ¿qué es un juez, sino un árbitro en el solemne juego de la justicia? El VAR, el árbitro asistente de vídeo, fue la punta de lanza.

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Casi

C

Tac, tac, tac. Mi maestro golpeaba el suelo con el pie cada vez más rápido y yo pensaba cada vez más lento. Las gotas de mi propio sudor emborronaban los hechizos de mi pequeño grimorio. Ya se alzaba el Castigador desde la empuñadura de su bastón. Tenía que darme prisa.

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