Me daba vergüenza escribir este post. Pero no por lo que estáis pensando. Los que me conocen de cerca saben que, especialmente en persona, suelo dar mis opiniones con una determinación que roza la convicción absoluta.
A algunos esto les incomoda cuando tienen su opinión formada sobre el tema en cuestión, cosa habitual en los tiempos que corren en los que todo el mundo tiene esa opinión formada (o inducida) sobre cualquier cosa. Cualquiera. Ya sea sobre la conveniencia de recoger y cuidar los polluelos silvestres que se caigan de su nido o sobre la influencia de la escasez de Helio en la geopolítica internacional, parece que todo el mundo está obligado a tener una opinión sobre cualquier tema.
Así que cuando me toca opinar sobre un tema del que he leído mucho, pero del que sigo sin ser más que un profano (un cuñado con ínfulas, pero un cuñado), y hablo con la actitud de un experto sentando cátedra, pueden pasar varias cosas.
Si el interlocutor no me conoce y no domina el tema, lo normal es que diga «sí a todo, aceptar» y cambie de tema. Algunos se llevan la impresión de que soy un experto, pero un tanto inaccesible y de ideas fijas.
Si no me conoce y domina el tema, lo normal es que debatamos y descubra mi otra faceta.
Porque si algo me caracteriza es que me encanta cambiar de opinión.
Esto es algo complicado de llevar en estos «tiempos polarizados». Si no hay ningún libro con ese título, debería. A la Terry Pratchett, por favor.
No hay nada que me guste más que alguien me vuele la cabeza con ideas, datos, o perspectivas nuevas sobre algo de lo que ya tengo una opinión formada y que me haga reestructurarlo todo. Considero algo tremendamente constructivo rehacer mis esquemas mentales después de la destrucción de los mismos.
Me estoy enredando, lo sé. Y todo para explicar que lo que me da vergüenza no es el título, sino lo lento que voy en la escritura de la novela.
Sí. He pasado de brújula a mapa. Era una de estas situaciones que te crean la sensación de que hay un diablillo en tu nuca esperando el momento en el que asumas que estabas equivocado para saltar y decirte «te lo dije».
De todas formas me da la impresión, y por lo que leo y escucho creo que no voy desencaminado, de que este es el devenir natural del escritor, y más cuando, como en mi caso, tus primeros pasos consisten en escribir relatos cortos. Si no me creéis, escuchad a Alicia Pérez Gil, por ejemplo. Descubriréis que la mayor parte de las cosas que se dicen de los escritores de mapa no son ciertas.
En un relato corto, el camino desde la idea hasta el escrito es (¡sorpresa!) corto. Todo, la idea principal, los personajes, el mundo, el argumento y la trama están en tu cabeza y solo tienes que darles forma usando la palabra.
Pero en una novela, aunque sea corta, eso es mucho más difícil.
Ya no son una o dos ideas principales, sino que aparecen varias más. Que se relacionarán entre ellas y a veces entrarán en conflicto y tendrás que decidirte por la que más te interese, o encajarlas en un puzle sin fisuras sin perder de vista el tema.
Ya no son uno o dos personajes protagonistas y muñecos de paja alrededor. Aunque no lo muestres, para que todo tenga sentido, cada personaje que intervenga en la novela tendrá sus motivaciones, su historia y su lucha interna y contra el mundo.
El mundo del relato puede ser tan complejo como el de la novela, cierto, pero aunque lo que muestres siga siendo la punta del iceberg, el hielo del que está hecho el iceberg que es el mundo de la novela flota más, mucho más que el del relato.
Pero incluso todo esto es asumible para un escritor brújula. Tomas notas de las ideas y sus relaciones, elaboras fichas de personaje cada vez más extensas, y apuntas los detalles de tu mundo y su historia para evitar incongruencias.
Pero amigo, llegamos al argumento, y sobre todo, a la trama. Aquí es donde llega un punto en el que la cabeza te explota y esparces tus sesos por la pared. A mí me ha pasado, y a ti también te pasará. Ojito.
Cuando he tenido que revisar por tercera vez lo que estaba pasando y cómo estaba pasando en la novela para que tuvieran sentido las relaciones causa-efecto entre los acciones de los personajes animados por sus motivaciones, ha sido cuando he tenido que parar y mirar desde fuera lo que estaba construyendo.
Entre otras muuuchas cosas, descubrí que algunos arcos de personaje no me gustaban. Y para eso tenemos la suerte de contar con gente como Javier Miró o Manu Palacios (del genial podcast 30teclasporhora) que nos explican los distintos arcos de evolución en sus canales de Youtube.
Así que me puse manos a la obra y ahora tengo algo tal que así:
Y me lo he pasado pipa. He volcado mi creatividad en elaborar esa escaleta para que todo encaje, a la vez que me preocupaba de que el ritmo y la evolución de los personajes en cada escena siguiera una progresión que, ahora sí, me convence. Espero que también a mis lectores.
Pero es que encima, la escaleta no es del todo exhaustiva y me deja lugar a la improvisación en cada escena, con lo cual tengo lo bueno de ambos mundos, brújula y mapa. Si se me ocurre algo que merezca la pena introducir, rehacer el esquema no será el arduo trabajo que era antes, teniendo que revisar todo lo escrito en busca de incongruencias.
En definitiva, esto es una maravilla y espero que se traduzca en un aumento del ritmo de escritura. De momento, llevo 21000 palabras escritas de las 50000 objetivo. Que es lo que me daba vergüenza.
Ya he mandando esas primeras 21000 a algunos osados lectores alfa, porque siendo mi primera novela prefiero tener realimentación cuanto antes. Siempre puede pasar que la estés pifiando desde el principio y no te des ni cuenta, y ¡esto tiene que estar terminado en agosto!
¿Y tú? ¿Escribes o te gustaría hacerlo? ¿Te consideras brújula o mapa? ¿Por qué existe el universo en lugar de no existir?
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