Úrsula estaba acostada en uno de los cubículos más centrados. Tan cerca del eje imaginario del cilindro, la fuerza centrífuga que hacía las veces de gravedad tiraba de ella con mucha menos fuerza que en la cama de la casa junto al lago en la que Garú la había hospedado. Era una sensación agradable. Mientras esperaba a su anfitrión, se deleitaba con el espectáculo holográfico que se desplegaba ante sus ojos y los de millones de extraños espectadores. Las imágenes contaban la épica historia de su civilización, acompañadas de lo que debería ser música a la altura de las fastuosas escenas. Para ella, sin embargo, no eran más que una amalgama de sonidos solapados un tanto molestos. Por suerte, el dispositivo que llevaba acoplado a una de sus muelas le traducía al menos los tonos y los acordes de su lenguaje, que de otra forma resultarían indistinguibles para ella del fondo musical.
Este relato está incluído en la colección Mundos fallidos: 21 relatos de ciencia ficción.