Tac, tac, tac. Mi maestro golpeaba el suelo con el pie cada vez más rápido y yo pensaba cada vez más lento. Las gotas de mi propio sudor emborronaban los hechizos de mi pequeño grimorio. Ya se alzaba el Castigador desde la empuñadura de su bastón. Tenía que darme prisa.
(más…)Casi
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